Por Yeray de Benito | Aunque sea vox populi que Ramón Palomar nació en la localidad gala de Nancy, para posteriormente trasladarse a Tánger donde viviría una etapa que el énfasis de su memoria romantiza seductoramente, abro la veda como resorte argumentativo para justificar el titular que encabeza estas líneas de aquello que reza “uno no es de donde nace sino de donde pace”.

Su fulgurante trayectoria profesional se ha desarrollado íntegramente en latitudes valencianas, de las que no le falta arraigo en parámetros familiares, siendo su internacional niñez y tierna juventud producto de un padre nómada por chances meritocráticos. Trayectoria a escala local, que por su longevidad y altura me resulta un hallazgo por sí misma, pues parafraseando al difícilmente parangonable MacDiego (reparen en su singularidad si quieren sumergirse en otra dimensión de las cosas), pieza clave del universo Palomar, que un día sentenció verazmente “Valencia tiene todas las desventajas de una ciudad y los inconvenientes de un pueblo. Una ciudad segundona y con gente de mentalidad también segundona”.

Y quiero reconocer que, con semejantes coordenadas, que suscribo plenamente, no dejan de sorprenderme trayectorias como las de Ramón Palomar, y que rigurosamente en honor a la verdad no hay que olvidar que se presentan un tanto excepcionales.

Un profeta en su tierra, que cada mañana, desde tiempos inmemoriales sermonea a una parroquia fiel, liderando la radio valenciana cual César imperial de manera implacable, con un plantel de colaboradores entre los que destacaré, por conocerlos personalmente, a la periodista Eva Montesinos, el anticuario Joaquín Guzmán, Paco Delgado, editor de Avance Taurino, o el joyero Argimiro Aguilar, entre otros muchos.

Radio, prensa y novela negra; tinta, pluma y micrófono, el trío de ases que auspicia a un consagrado comunicador, que además se ha colocado la medalla de ser profeta en su tierra.